Tuesday, March 23, 2004


DRAMA ESTÁTICO EN UN CUADRO

El Marinero
(Drama en gente)



De Fernando Pessoa

Versión y traducción D.M. Debret Viana.




"El hombre es un animal que despierta, sin saber nunca donde ni para qué"
La hora del diablo,
Fernando Pessoa

“Para mí, la vida es como una posada del camino, donde debo demorarme hasta que llegue la diligencia del abismo. Ignoro dónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esa posada como una prisión, pues estoy obligado a aguardar en ella; podría considerarla un sitio propicio para la sociabilidad, porque en ella me encuentro con otros. (...) Me siento a la puerta y embebo mis ojos y oídos en los colores y sonidos del paisaje, y canto lento, para mí solo, vagos cantos que compongo mientras espero.
Sobre todos caerá la noche y arribará la diligencia. Disfruto de la brisa que me dan y del alma que me dieron para ello, y no pregunto más, ni busco. (...)”

“Livro do desasosego”, extracto del segundo fragmento;
Fernando Pessoa


“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años pueblo un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”

Fragmento del epílogo de “El Hacedor”;
Jorge Luis Borges



A modo de introducción



Pessoa afirma que se presume que el único acto sucede en la torre de un antiguo castillo. Hay velas, hay una ventana. La sala es circular. Cuatro hachas en los ángulos.
Cuando el público ingresa a la sala, la segunda veladora, sentada frente a un ataúd –que se ubica en el centro del escenario y que da a ella (de espaldas al público, que no puede ver el contenido), ya está en escena. Puede haber un sacerdote de espaldas al público, en latín, ultimando rituales. La obra comienza con la luz que cae hasta la oscuridad impenetrable después de que la segunda veladora ha abierto un libro que yacía a su costado, apoyado sobre una mesa pequeña. Cuando se encienden las luces, la primera y tercera veladoras ya han ocupado sus sillas, una a cada lado de la segunda veladora, que lleva solamente el guante derecho colocado (la primera veladora tiene ambos guantes negros; la tercera veladora, ninguno). De más decirlo, las tres visten de negro.
“Es de noche y hay como un vago resto de luar.”




1

PRIMERA VELADORA - Todavía no ha dado hora alguna.

SEGUNDA - No se podría oír. No hay reloj aquí cerca.
Dentro de poco debe ser el día.

TERCERA – No: el horizonte es negro.

PRIMERA - ¿No deseas, hermana mía, que nos entretengamos contando lo que fuimos (nota 1)? Es bello y siempre falso...

SEGUNDA – No, no hablemos de eso. Además, ¿Fuimos nosotras alguna cosa?

PRIMERA – Tal vez. Yo no lo sé. Pero, aun así, siempre es bello hablar del pasado... Las horas han caído y hemos guardado silencio. Por mi parte, he estado mirando la llama de aquella vela. A veces tiembla, otras se hace más amarilla, otras veces empalidece. No sé por qué es que eso sucede. ¿Pero sabemos nosotras, hermanas mías, por qué ocurre cualquier cosa?...

(una pausa)

LA MISMA – Hablar del pasado – eso debe ser bello, porque es inútil y hace tanta pena...

SEGUNDA – Hablemos, si quieren, de un pasado que no hubiésemos tenido.

TERCERA – No. Tal vez lo hubiésemos tenido...

PRIMERA – No decís más que palabras. ¡Es tan triste hablar! ¡Es un modo tan falso de olvidarnos!... ¿Si paseáramos?...

TERCERA - ¿Dónde?

PRIMERA – Aquí, de un lado para otro. A veces eso va en busca de sueños.

TERCERA - ¿De qué?

PRIMERA – No sé. ¿Por qué habría yo de saberlo?

(una pausa)

SEGUNDA – Todo este país es muy triste... En el que yo viví antaño era menos triste. Al atardecer, hilaba sentada junto a mi ventana. La ventana daba al mar y, a veces, había una isla a lo lejos... Muchas veces no hilaba; miraba el mar y me olvidaba de vivir. No sé si era feliz. Ya no volveré a ser aquello que tal vez no he sido nunca...

PRIMERA – Fuera de aquí, nunca he visto el mar. Ahí, desde esa ventana, que es la única desde donde el mar se ve, ¡se ve tan poco!... ¿Es bello el mar de otras tierras?

SEGUNDA – Sólo el mar de otras tierras es bello. El que nosotras vemos nos trae siempre nostalgias (nota 2) de aquel que no veremos nunca...

(una pausa)

PRIMERA - ¿No decíamos nosotras que íbamos a contar nuestro pasado?

SEGUNDA – No, no lo decíamos.

TERCERA - ¿Por qué no habrá reloj en esta habitación?

SEGUNDA – No lo sé... Pero así, sin reloj, todo es más lejano y misterioso. La noche pertenece más a sí misma... ¿Quién sabe si podríamos hablar así si supiéramos la hora que es?

PRIMERA – En mí todo es triste, hermana mía. Paso diciembres en mi alma... Estoy procurando no mirar a la ventana... Sé que desde allí se ven, a lo lejos, montes... Yo fui feliz antaño más allá de los montes... Yo era una niña. Cogía flores todo el día y antes de dormirme pedía que no me las quitasen... No sé qué tiene esto de irreparable que me dan ganas de llorar... Fue lejos de aquí que eso pudo ser. ¿Cuándo llegará el día?...

TERCERA - ¿Qué importa? Llega siempre de la misma manera, siempre, siempre, siempre...

(una pausa)

SEGUNDA – Contémonos cuentos unas a otras... Yo no sé ningún cuento, pero eso no hace mal... Solamente vivir daña... No rocemos por la vida ni siquiera la orla de nuestros vestidos... No, no se levanten. Eso sería un gesto y cada gesto interrumpe un sueño... En este momento yo no tenía sueño ninguno, pero me es suave pensar que podría haber estado soñando... el pasado, ¿por qué no hablamos del pasado?

PRIMERA – Hemos decidido no hacerlo... Pronto rayará el día y nos arrepentiremos... Con la luz los sueños adormecen... El pasado no es más que un sueño... del resto ni siquiera sé lo que no es sueño... si miro el presente con mucha atención me parece que ya pasó... ¿Qué es cualquier cosa? ¿Cómo pasa? ¿Cómo es por dentro el modo con que pasa?... Ah, hablemos, hermanas mías, hablemos en alto, hablemos todas juntas... El silencio comienza a tomar cuerpo, comienza a ser cosa... Siento que me envuelve como una niebla... ¡Ah, hablen, hablen!...

SEGUNDA - ¿Para qué? Las observo a las dos juntas y al punto no las veo... Me parece que entre nosotras se aumentaran abismos... Tengo que cansar la idea de que las puedo ver para poder llegar a verlas... Este aire caliente es frío por dentro en aquella parte donde toca el alma... Debería sentir ahora manos imposibles deslizándose por mis cabellos – es el gesto con que hablan de las sirenas... (cruza las manos sobre las rodillas. Pausa) Todavía hace poco, cuando no pensaba en nada, estaba pensando en mi pasado.

PRIMERA – También yo debía haber estado cerca de pensar en el mío...

TERCERA – Yo ya no sabía en qué pensaba... En el pasado de los otros tal vez, en el pasado de gente maravillosa que nunca existió... Al pie de la casa de mi madre corría un riachuelo... ¿Por qué es que correría, y por qué no correría más lejos o más cerca?... ¿Hay alguna razón para que cualquier cosa sea lo que es? ¿Existe para ello una razón verdadera y real como mis manos?...

SEGUNDA – Las manos no son verdaderas ni reales. Son misterios que habitan (en) nuestra vida... A veces, cuando contemplo mis manos tengo miedo de Dios... No hay viento que mueva las llamas de las velas y, miren, se mueven... ¿Hacia dónde se inclinan ellas?... ¡Qué pena si alguien pudiese responder!... Me siento deseosa de oír bárbaras músicas que deben ahora estar tocando en palacios de otros continentes... Siempre es lejanía en mi alma... Tal vez, porque cuando era niña, corrí tras las olas a la orilla del mar. Llevé la vida de la mano por entre las rocas, bajamar, cuando el mar parece haber cruzado las manos sobre el pecho y haberse adormecido como una estatua de ángel para que nunca más nadie mirase...

TERCERA – Tus frases me recuerdan mi alma...

SEGUNDA – Quizá por no ser verdaderas... Mal sé que las digo... Las repito siguiendo una voz que no oigo y que me las está murmurando en un secreto... Pero debo haber vivido realmente a la orilla del mar... Siempre que una cosa se mece, la amo... Hay olas en mi alma. Al caminar me balanceo... Ahora me gustaría caminar... No lo hago porque no vale nunca la pena hacer nada, sobre todo lo que se quiere hacer... Es de los montes de lo que tengo miedo... Es imposible su quietud, es imposible su inmensidad... Deben tener un secreto de piedra que se niegan a saber que tienen... Si desde esta ventana, asomándome, pudiese dejar de ver montes, asomaría a un momento de mi alma alguien en quien me sentiría feliz...

PRIMERA – Yo, por mi parte, amo los montes... Del lado de acá de todos los montes la vida es siempre fea... Del lado de allá, donde vive mi madre, aceptamos la costumbre de sentarnos a ver la sombra de los tamarindos y de hablar de ir a ver otras tierras... Allí era todo suspenso y feliz como el canto de dos aves, una a cada lado del camino... La floresta no tenía otros claros que nuestros pensamientos... Y nuestros sueños eran que los árboles proyectaran en el suelo otra calma que no sus sombras... Fue ciertamente así que allí vivimos, yo y no sé si alguien más... Díganme que fue esto verdad para que no tenga que llorar...

SEGUNDA – Viví entre rocas y acechaba el mar... La orla de mi falda era fresca y salada golpeando mis piernas desnudas... era pequeña y bárbara... Hoy tengo miedo de haber sido... En el presente me parece que duermo... Háblenme de las hadas. Nunca oí hablar de ellas a nadie... El mar era demasiado grande para hacer pensar en hadas... En la vida alivia ser niño... ¿Eres feliz, hermana mía?

PRIMERA – Comienzo en este momento a haberlo sido antaño... Además, todo aquello murió en las sombras... Los árboles lo vivieron más que yo... Nunca llegó y yo apenas esperaba... Y tú, hermana, ¿por qué no hablas?

TERCERA – Tengo horror a que de aquí a poco les diga ya lo que les voy a decir. Mis palabras presentes, apenas yo las diga, pertenecerán ya al pasado, quedarán fuera de mí, no sé dónde, rígidas y fatales... Hablo, y pienso esto en mi garganta, y mis palabras me parecen gente... Tengo un miedo mayor a mi misma. Siento en mi mano, no sé cómo, la llave de una puerta desconocida. Y toda yo soy un amuleto o un sagrario que tuviese conciencia de sí. Es por esto por lo que me aterra ir por una floresta oscura, a través del misterio de hablar... Y, al final, ¿quién sabe si soy yo así y si esto es sin duda lo que siento?...

PRIMERA - ¡Cuesta tanto saber lo que se siente cuando reparamos en nosotros mismos!... Incluso vivir sabe a costar tanto cuando contamos con estar viviendo... Habla, por tanto, sin comprender que existes... ¿No nos ibas a decir quien eras?

TERCERA – Lo que antaño yo era ya no recuerda quien soy... ¡Pobre infeliz que fui!... Yo he vivido entre las sombras de las ramas, y todo en mi alma son hojas que se estremecen. Cuando camino bajo el sol mi sombra es fresca. Pasé la fuga de mis días al lado de fuentes, donde mojaba, cuando soñaba vivir, las puntas tranquilas de mis dedos... A veces, a la orilla de los lagos, me asomaba y me contemplaba... Cuando yo sonreía mis dientes eran misteriosos en el agua... Tenían una sonrisa sólo suya, independiente de la mía... Era siempre sin razón que yo sonreía... Háblenme de la muerte, del fin de todo, para que yo sienta una razón para recordar...

PRIMERA – No hablemos de nada, de nada... Hace más frío, pero ¿por qué hace más frío? No hay razón para que haga más frío. No es precisamente más frío lo que hace... ¿Para qué tenemos que hablar?... Es mejor cantar, no sé por qué... El canto, cuando la gente canta por la noche, es una persona alegre y sin miedo que entra de repente en el cuarto y nos calma, consolándonos... Podría cantarles una canción que cantábamos en la casa de mi pasado. ¿Por qué no quieren que se las cante?

TERCERA – No vale la pena, hermana mía... Cuando alguien canta, yo no puedo estar conmigo. Necesito no poder recordarme. Y luego todo mi pasado se vuelve otro y yo lloro una vida muerta que llevo conmigo y que no viví nunca.
Es siempre demasiado tarde para cantar, así como siempre es demasiado tarde para no cantar...

PRIMERA – Pronto será día... Guardemos silencio... La vida así lo quiere. Al pie de la casa en que nací había un lago. Yo iba allí y me sentaba a su orilla, sobre un tronco que caía casi dentro del agua... Me sentaba en la punta y mojaba en el agua los pies, estirando los dedos hacia abajo. Después me miraba desmedidamente las puntas de los pies, pero no era para verlos. No sé por qué pero me parece que este lago nunca existió... Recordarlo es como no poder acordarme de nada... ¿Quién sabe por qué digo esto y si fui yo la que vivió lo que recuerdo?...

SEGUNDA – Somos tristes cuando soñamos a la orilla del mar... No podemos ser lo que queremos ser, porque lo que queremos ser lo queremos siempre haber sido en el pasado... Cuando la ola se quiebra y bulle la espuma, parece que hay mil voces mínimas hablando. La espuma tan sólo parece fresca a quien la juzga una... Todo es mucho y nosotros no sabemos nada... ¿Quieren que cuente lo que soñaba a la orilla del mar?


2

PRIMERA – Puedes contarlo hermana mía, pero nada en nosotras tiene necesidad de que nos lo cuentes... Si es bello, me hiere ya haberlo oído. Y si no es hermoso, espera... cuéntalo sólo después de cambiarlo.

SEGUNDA – Voy a contárselos. No es totalmente falso, porque sin duda nada es enteramente falso. Debe haber sido así... Un día, me encontré recostada sobre la cima fría de una roca, ese día yo había olvidado que tenía padre y madre y que había habido en mí, infancia... y otros días; ese día vi a lo lejos como una cosa que sólo yo pensara ver, el pasar vago de una vela... Luego, desapareció... Cuando reparé en mí, me di cuenta que tenía ese sueño mío... No sé dónde comenzó... Nunca volví a ver otra vela... Ninguna vela de los navíos que aquí de un puerto zarpan se parece a aquella, ni siquiera cuando hay luna y los navíos pasan de lejos, lentamente...

PRIMERA – Por la ventana veo un barco a lo lejos. Tal vez es el que viste...

SEGUNDA – (interrumpe) No, hermana mía; el que ves busca sin duda algún puerto, cualquier puerto... Es imposible que el que yo vi buscase un puerto...

PRIMERA - ¿Por qué me has respondido?... Puede ser... No he visto ningún barco por la ventana... Deseaba ver uno y te hablé de él para no estar triste... Cuéntanos ahora lo que soñaste (el mar )(nota 3) a la orilla del mar...

SEGUNDA – Soñaba con un marinero que se hubiese perdido en una isla lejana. En la isla había firmes palmeras, pocas, y las ociosas aves cruzaban por ellas... No vi si alguna vez se posaban... Desde que se salvó del naufragio, el marinero vivía allí... Como no tenía medio de volver a su patria, y cada vez que la recordaba, sufría, se puso a soñar una patria que nunca hubiese tenido; se puso a imaginar que hubiera sido suya otra patria, otra suerte de país con otras especies de paisajes, y otra gente, y otras formas de andar por las calles y de asomarse a las ventanas... A cada hora, construía en sueños esta falsa patria, nunca dejaba de soñar, por el día bajo la sombra breve de las grandes palmeras, que se recortaba, orlada de picos, en el suelo arenoso y caliente; de noche, extendido en la playa, de espaldas, y sin reparar en las estrellas.

PRIMERA - ¡Qué no haya habido un árbol que salpicase sobre mis manos extendidas la sombra de un sueño como ese!...

TERCERA – Déjala hablar... No la interrumpas... Conoce palabras que las sirenas le enseñaron... Entorno los ojos, adormezco para poder escucharla... Cuenta, hermana mía, cuenta... Me duele el corazón por no haber sido tú cuando soñabas a la orilla del mar...

SEGUNDA – Durante años y años, día a día, el marinero erigía en un sueño continuo su nueva tierra natal... Todos los días ponía una piedra de sueño en ese edificio imposible... Pronto iba teniendo un país que ya tantas veces había recorrido. Millares de horas recordaba haber ya transitado a lo largo de sus costas. Sabía de qué color solían ser los crepúsculos en una bahía del norte, y cómo era suave entrar, rendida ya la alta noche, con el alma recostada en el murmullo del agua que el navío abría, en un gran puerto del sur en donde, en otro tiempo, había pasado, feliz quizás, de sus juventudes la supuesta...

(una pausa)

PRIMERA – Hermana mía, ¿por qué callas?

SEGUNDA – No se debe hablar demasiado... La vida nos acecha siempre... Toda hora es madre de sueños, pero es preciso no saberlo... Cuando hablo demasiado empiezo a separarme de mí y a oírme hablar. Eso hace que me compadezca de mi misma y sienta excesivamente el corazón, entonces me viene un afligido deseo lacrimoso de tenerlo entre los brazos para mecerlo... como a un hijo... Miren: el horizonte empalideció... El día no puede ya tardar... ¿Es necesario que les hable aún más de mi sueño?

PRIMERA – Cuenta siempre, hermana mía, cuenta siempre... No pares de contar, ni te fijes en los días que rayan... El día nunca nace para quien encalla la cabeza en el seno de las horas soñadas... No retuerzas las manos, eso recuerda un ruido como de serpiente furtiva... Háblanos más, mucho más, de tu sueño. Es tan verdadero que no tiene sentido ninguno. Sólo pensar en oírte me emociona...

SEGUNDA – Sí, les hablaré más de mi sueño. Incluso necesito contárselos. A medida que lo voy contando, me lo cuento a mí misma... Son tres escuchando... (De repente, mirando el ataúd, y estremeciéndose.) Tres no... No sé... No sé. No sé cuántas...

TERCERA – No hables así... Cuenta deprisa, cuenta otra vez, sigue contando... No hables de cuántos pueden oír... Nunca sabemos cuantas cosas realmente viven y ven y escuchan... Regresa a tu sueño... El marinero. ¿Qué soñaba el marinero?...

La tercera veladora se pone de pie mientras dice “paisajes”. Parada, juega con inocencia mientras recorre el sueño del marinero ingenua y melodiosa mente

SEGUNDA – (más bajo y con una voz muy lenta) Al principio creó los paisajes (nota 4), después creó las ciudades; creó más tarde las calles y las travesías, una a una, cincelándolas con la materia de su alma – una a una las calles, barrio a barrio, hasta los paredones de los muelles, en donde construyó puertos más tarde... Una a una las calles, y la gente que las recorría y que las miraba desde las ventanas... Empezó a conocer cierta gente como quien las reconoce apenas... Iba conociendo sus vidas pasadas y sus conversaciones y todo eso como quien tan solo sueña paisajes y los va viendo... Después viajaba, recordando, a través del país que había creado... Y así fue construyendo su pasado... Pronto tuvo una otra vida anterior... Tenía ya, en esa nueva patria, un lugar donde había nacido, los sitios donde había pasado la juventud, los puertos donde había embarcado... Iba teniendo poco a poco los compañeros de la infancia y más tarde los amigos y enemigos de sus edades más grises... Todo era diferente (nota 5) de cómo lo había tenido – ni el país, ni la gente, ni siquiera su mismo pasado se asemejaban a lo que habían sido... ¿Me obligan a que continúe?... ¡Me apena tanto hablar de esto!... Ahora, porque les hablo de esto, me gustaría estar contando otros sueños...

Cuando se interrumpe la segunda, la tercera veladora, despojada de la música, queda perdida. Inmediatamente se derrumba sobre su silla clamando hacia la segunda

TERCERA – Continúa, aunque no sepas por qué... Cuanto más te escucho, menos me pertenezco...

PRIMERA - ¿Será bueno realmente que continúes? ¿Debe cualquier historia tener fin? En todo caso sigue... Importa tan poco lo que decimos o no decimos... Velamos las horas que pasan... Nuestra tarea es inútil como la Vida...

SEGUNDA – Me gustaría estar contando otros sueños...

TERCERA- (Le da la línea, forzándola a continuar) Un día que había llovido mucho...

De a poco, fascinada por la trama del sueño, la tercera veladora regresa lentamente a su lugar (o es mecida hacia allí)


SEGUNDA- (Resignada) Un día que había llovido mucho, y el horizonte estaba aún más incierto, el marinero se cansó de soñar... Quiso entonces recordar su patria verdadera..., pero vio que no se acordaba de nada, que no existía para él... La infancia que recordaba era la de su patria de sueño, ni otra adolescencia recordaba que la que se había creado... Toda su vida había sido su vida soñada... Vio que no podía ser que otra vida hubiera existido... Si de ni una calle, ni de una figura, ni de un gesto materno se acordaba... Y en la vida que le parecía haber soñado, todo era real y había sido... Ni siquiera podía soñar otro pasado, imaginar que hubiese tenido otro, como todos, un momento, pueden creer (público)... Oh hermanas mías, hermanas mías... Hay algo, algo que no sé lo que es, alguna cosa que no les he dicho... algo que explicaría todo esto... Mi alma me enfría, me desalienta... Mal sé si he estado hablando... Háblenme, grítenme para que despierte, para que sepa que estoy aquí ante ustedes y que hay cosas que son tan solo sueños...

PRIMERA – (con una voz muy baja) No sé qué decirte... No me atrevo a mirar las cosas... ¿Ese sueño, cómo continua?...

SEGUNDA – No sé cómo era el resto... Mal sé cómo era el resto... ¿Por qué ha de haber más?...

PRIMERA - ¿Qué ocurrió después?

SEGUNDA - ¿Después? ¿Después? ¿Después de qué? ¿Es después alguna cosa?... Vino un día un barco... Vino un día un barco... – Sí, sí... Sólo podía haber sido así... – Vino un día un barco, y pasó por esa isla, y allí no estaba el marinero...

TERCERA – Quizás hubiese regresado a su patria... ¿Pero a cuál?

PRIMERA – Sí, ¿a cuál? ¿Qué habrían hecho con el marinero? ¿Lo sabría alguien?

SEGUNDA - ¿Por qué me lo preguntas? ¿Hay respuesta para algo?


(una pausa)

TERCERA - ¿Es absolutamente necesario, aun en tu sueño, que haya existido ese marinero y esa isla?

SEGUNDA – No, hermana mía; nada es absolutamente necesario.

PRIMERA – Al menos ¿Cómo acabó el sueño?

SEGUNDA – No acabó, no acabó... No sé... Ningún sueño acaba... ¿Sé con certeza si no lo continúo soñando, si no lo sueño sin saberlo, si el soñarlo no es esta cosa vaga que llamo mi vida?... No me hablen más... Empiezo a estar segura de algo que no sé lo que es... Avanzan hacia mí, por una noche que no es ésta, los pasos de un horror que desconozco... ¿A quién habré ido a despertar con el sueño mío que les he contado?... Siento un miedo disforme de que Dios hubiese prohibido mi sueño... Sin duda mi sueño es más real de lo que Dios permite... No sean, calladas, una con el silencio... Díganme al menos que la noche va pasando, aunque lo sepa... Miren, comienza a ser de día... Miren: va a llegar el día real... Desistamos... No pensemos más... No intentemos seguir en esta aventura interior... ¿Quién sabe lo que está en su final?... Todo esto, hermanas mías, pasó con la noche... No hablemos más de ello, ni a nosotras mismas... Es humano y conveniente que tomemos, cada cual, su actitud de tristeza.

3

TERCERA – Me ha sido tan bello escucharte... No digas que no... Bien sé que no ha valido la pena... Por eso es por lo que lo he encontrado bello... No ha sido por eso, pero deja que lo diga... Además, la música de tu voz, que he sentido aún más que tus palabras, me deja, quizás por ser tan solo música, insatisfecha...

SEGUNDA – Todo deja insatisfecha, hermana mía... Los hombres que piensan se cansan de todo, porque todo cambia. Los hombres que pasan lo atestiguan, porque cambian con todo... Eterno y bello sólo existe el sueño... ¿Por qué estamos hablando todavía?...

PRIMERA – No lo sé... (mirando el ataúd, bajando la voz) ¿Por qué se muere?

SEGUNDA – Tal vez porque no se sueña bastante...

PRIMERA – Es posible... Entonces, ¿no valdría la pena encerrarnos en el sueño y olvidar la vida para que la muerte nos olvidase?...

SEGUNDA – No, hermana mía, nada vale la pena...

TERCERA – Hermanas mías, ya es de día... Miren: la línea de los montes se maravilla... ¿Por qué no lloramos?... Esa que finge estar ahí era bella y joven como nosotras, y soñaba también... Estoy segura de que su sueño era el más hermoso de todos... ¿Qué soñaría ella?...

PRIMERA – Habla más bajo. Quizá nos escucha, y ya sabe para qué sirven los sueños...

(pausa)

SEGUNDA – Tal vez nada de esto sea verdad... Todo este silencio, y esta muerta, y este día que nace, tal vez no son más que un sueño... Miren bien todo esto... ¿Creen que pertenece a la vida?...

PRIMERA – No lo sé. No sé cómo se es de la vida... ¡Ah, tan inmóvil estás! Y tus ojos qué tristes parecen que lo están inútilmente...

SEGUNDA – No vale la pena estar triste de otro modo... ¿No les apetece que nos callemos? Es tan extraño estar viviendo... Todo lo que sucede es increíble, tanto en la isla del marinero como en este mundo...
“Duré horas incógnitas, momentos sucesivos sin relación, en el paseo que hice, de noche, por la orilla solitaria del mar. Todos los pensamientos que han hecho vivir hombres, todas las emociones que los hombres han dejado de vivir, pasaron por mi mente como un resumen oscuro de la historia, en esa meditación mía paseada a la orillas del mar.
Sufrí en mí, conmigo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo pasearon, a la orilla oída del mar, los desasosiegos de todos los tiempos. Los que los hombres quisieron y no hicieron, lo que mataron haciéndolo, lo que las almas fueron y nadie dijo – de todo esto se formó el alma sensible con que paseé de noche a la orilla del mar. Y lo que los amantes extrañaron en el otro amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quién es, lo que la madre piensa del hijo que no tuvo, lo que tuvo forma sólo en una sonrisa o en una ocasión, en un tiempo que no fue ese o en una emoción que faltó – todo eso, en mi paseo a orillas del mar, fue conmigo y regresó conmigo, y las olas torcían portentosamente el vaivén en que yo lo adormecía.
Somos quien no somos, y la vida está resuelta y es triste. El rumor de las olas en la noche es un rumor de la noche; ¡y cuántos lo oyeron en la propia alma, como la esperanza constante que se deshace en lo oscuro con un sonido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron! Y todo esto, en el paseo a las orillas del mar, se me convirtió en el secreto suspirado en la noche y en confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos engañamos! ¡Qué mares claman en nosotros, en la noche de tener que ser, por las playas que nos sentimos en las inundaciones de la emoción! Aquello se perdió, aquello que se debería haber querido, aquello que se obtuvo y satisfizo por error, lo que amamos y perdemos y, después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo perdido, que no lo habíamos amado; lo que juzgábamos que pensábamos cuando sentíamos; lo que era memoria y creíamos que era emoción; y el mar, el mar todo, viniendo desde allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche, el aplacarse dócil en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a orillas del mar.
¿Quién sabe siquiera lo que piensa o lo que desea? ¿Quién sabe qué es para sí mismo? ¡Cuántas cosas la música sugiere y nos sabe bien que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos y no fueron nunca! (...)
¡Cuánto muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así vago, incorpóreo y humano, con el corazón quieto como una playa, por todo el mar de todo, en la noche en que vivimos, mar alto que golpea, áspero y se enfría, en mi eterno paseo nocturno a orillas del mar!” (nota 6)
Miren, ya está verde el cielo... El horizonte sonríe oro... Siento que me arden los ojos por haber pensado en llorar...

PRIMERA – Lloraste realmente, hermana mía.

SEGUNDA – Tal vez... No importa... ¿Qué especie de frío es este?... ¡Ah, es ahora... es ahora!... Respóndanme a esto... Respóndanme una cosa todavía... ¿Por qué la única cosa real en todo esto no será el marinero, y nosotras y todo lo de aquí tan sólo un sueño suyo?...

PRIMERA – (nota 7) No hables más, no hables más... Lo que has dicho es tan extraño que debe ser verdad... No sigas... Lo que ibas a decir no lo sé, pero debe ser demasiado para que el alma pueda oírlo... Tengo miedo de lo que no llegaste a decir... Miren, miren, ya es de día, miren el día... hagan todo lo posible por reparar sólo en el día, en el día real, ahí afuera... Mírenlo, mírenlo... Consuela... No piensen, no miren hacia lo que piensan... Miren cómo llega el día... Brilla como oro en tierra de plata. Las leves nubes se redondean a medida que se colorean... ¿Y si nada existe, hermanas mías?... ¿Y si todo fuese de algún modo, absolutamente cosa ninguna?... ¿Por qué has mirado así?...


(No le responden. Y nadie había mirado de ninguna manera)


LA MISMA - ¿Qué es lo que has dicho que me ha aterrado?... Lo he sentido tanto que apenas si vi lo que era... Dime qué fue para que oyéndolo de nuevo no tenga tanto miedo como antes... No, no... No digas nada... No te lo pregunto para que me respondas, sino por hablar solamente, para no dejarme pensar... Tengo miedo de poder recordar lo que fue... Pero fue algo desmedido y terrible como el que haya Dios... Ya deberíamos haber acabado de hablar... Hace tanto tiempo ya que nuestra conversación perdió el sentido... Lo que hay entre nosotras que nos hace hablar se demora demasiado... Hay aquí otras presencias además de nuestras almas... El día debería haber despuntado... Ya deberían haber despertado... Algo se demora... Todo se demora, todo tarda... ¿Qué es lo que está ocurriendo en las cosas que acuerdan con nuestro horror?... Ah, no me abandonen... Hablen conmigo... hablen al mismo tiempo que yo para no dejar sola mi voz... Tengo menos miedo a mi voz que a la idea de mi voz, dentro de mí, si reparo en que estoy hablando...

TERCERA - ¿Qué voz es esa con que hablas?... Es de otra... Viene de una especie de lejanía...

PRIMERA – No sé... No me regreses a eso... Debería estar hablando con la voz aguda y trémula del miedo... Pero ya no sé cómo se habla... Entre mi voz y yo se ha abierto un abismo... Todo esto, toda esta conversación y esta noche y este miedo, todo esto debería haber acabado, debía haber acabado de repente, después del horror que nos dijiste... Empiezo a sentir que lo olvido, eso que dijiste, y que me hizo pensar que debía gritar de un modo distinto, de una manera nueva para expresar un horror parecido...

TERCERA – (a la segunda) Hermana mía, no nos debías haber contado esa historia. Ahora, con más horror, me extraña el estar viva. Contabas, y me distraía tanto que oía el sentido de tus palabras independientemente de su sonido. Y me parecía que tú, y tu voz, y el sentido de cuanto decías, eran tres entes diferentes como tres criaturas que hablan y andan.

SEGUNDA – Son realmente tres entes diferentes, con vida propia y real. Tal vez Dios sepa por qué... Ah, pero ¿Por qué hablamos? ¿Quién nos hace seguir hablando? ¿Por qué hablo yo sin querer hablar? ¿Por qué no vemos que ya es de día?...

PRIMERA - ¡Quién pudiese gritar para despertarnos! Estoy oyéndome gritar dentro de mi, pero ya no conozco el camino de mi deseo hacia mi garganta. Siento una necesidad feroz de tener miedo de que alguien pueda ahora llamar a aquella puerta. ¿Por qué no llama alguien a la puerta? Sería imposible y yo tengo necesidad tener miedo de eso, de saber de qué es que tengo miedo... ¡Qué extraña me siento!... Me parece que ya no tengo mi voz... Parte de mi se ha adormecido y se ha quedado mirando... Mi pavor creció pero yo ya no sé sentirlo... Ya no sé en que parte del alma se siente... Han puesto al sentimiento mío de mi cuerpo una mortaja de plomo... ¿Para qué fue que nos contaste tu historia? (nota 8)

SEGUNDA – Ya no recuerdo... Ya casi no recuerdo haberla contado... ¡parece haber ocurrido hace ya tanto tiempo!... ¿Qué letargo, qué sopor absorbe mi modo de mirar las cosas?... ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Qué es lo que tenemos idea de hacer? – ya no sé si es hablar o no hablar...

PRIMERA – No hablemos más. A mí, me cansa el esfuerzo que haces para hablar... Me duele el intervalo que hay entre lo que pensás y lo que decís... Mi conciencia flota en la superficie de mi piel por la somnolencia aterrada de mis sentidos... No sé qué es esto, pero es lo que siento... Necesito decir frases confusas, un poco largas, que cueste decirlas... ¿No sentís todo esto como una araña enorme que nos teje de alma a alma una tela negra que nos prende?

SEGUNDA – No siento nada... Siento mis sensaciones como algo que se siente... ¿Quién es quien estoy siendo?... ¿Quién es quien está hablando con mi voz?... Ah, escuchen...

PRIMERA Y TERCERA - ¿Quién ha sido?

SEGUNDA – Nada. No oí nada... Quise fingir que oía para que (ustedes) supusieran que oían y yo pudiese creer que había algo para oír... Oh, qué horror, qué horror íntimo nos desata la voz del alma, y las sensaciones de los pensamientos, y nos hace hablar y sentir y pensar cuando todo en nosotras reclama el silencio y el día y la inconciencia de la vida... ¿Quién es la quinta persona en esta sala que extiende el brazo helado y nos interrumpe siempre que vamos a sentir?

PRIMERA - ¿Para qué intentar horrorizarme? No cabe más terror dentro de mí... Peso demasiado en brazos de sentirme. Me he hundido toda en el tibio lodo de lo que supongo que siento. Me penetra por todos los sentidos algo que nos prende y nos vela. Me pesan los párpados en todas mis sensaciones. Se traba la lengua en todos mis sentimientos. Un sueño profundo pega unas a otras las ideas de todos mis gestos. ¿Por qué has mirado así?...

TERCERA – (con una voz muy lenta y apagada) Ah, es ahora, es ahora, Sí alguien ha despertado... Hay gente que despierta... Cuando alguien entre todo esto acabará... Hasta entonces hagamos lo posible por creer que todo este horror fue un largo sueño que fuimos durmiendo. Ya es de día... Todo va a terminar... Y de todo esto quedará, hermana mía, que sólo tú eres feliz porque crees en el sueño...

SEGUNDA - ¿Por qué me lo preguntas? ¿Por qué lo he dicho? No, no creo...


La segunda veladora cierra el libro. Se apagan las luces. Cuando se encienden, las sillas de la primera y tercera veladora están ya vacías.


SEGUNDA- “Felizmente, por la ventana fría, de hojas abiertas desdobladas hacia atrás, un hilo triste de luz pálida comienza a arrancar la sombra del horizonte. Lo que va a despuntar es el día. Me sosiego, casi, del cansancio del desasosiego. Un gallo canta, absurdo, en plena ciudad. El día lívido comienza en mi sueño vago. Alguna vez dormiré. Un ruido de ruedas dice carro. Mis párpados duermen, pero no yo. Todo, en fin, es el destino.” (nota 9)




Las luces se apagan. Cuando se encienden, el ataúd ha sido cambiado de lugar: ahora el público puede observar en su interior: está vacío; todo el fondo del ataúd es un espejo. De él pende un guante negro, para la mano izquierda. Bajan las luces.









fin












Notas



1 Las palabras en negrita deben ser dichas también por la tercera veladora.
2 Las palabras en bastardilla deben ser dichas también por la primera veladora.
3 Solamente la tercera veladora dice “el mar”.
4 Las palabras en negritas deben ser dichas también por la tercera veladora, primero suspiradas hasta, extasiada por la música, progresivamente llegar a arrebatarle las palabras a la segunda veladora. Las palabras en bastardillas deben ser dichas también por la primera veladora.
5 Tanto la primera como la tercera veladora dicen esta palabra, ambas desde un lugar por completo adverso – culminación del éxtasis, ápice de la parábola.
6 Fragmento 95 del “Livro do desassossego”, Fernando Pessoa (traducción Debret Viana)
7 Desde aquí hasta aviso, el texto de la primera veladora será leído por la actriz que la represente en una grabación en off. Solamente las palabras en bastardilla serán dichas por la actriz en escena. En escena, el personaje, disociado de sí, reaccionará antes las líneas (nunca un mero enunciador)
8 Final de la intervención de la voz de la primera veladora en off.
9 Extracto del fragmento 243 del “Livro do desassossego”, Fernando Pessoa. (traducción: Debret Viana)